En México, el Día de Muertos es una festividad profundamente arraigada en la cultura, donde las familias se reúnen para recordar y honrar a sus seres queridos que han partido. Sin embargo, existe una fecha especial dedicada a los niños y bebés no nacidos difuntos, un momento de reflexión y amor que precede al Día de Muertos para adultos.
Según las creencias populares, se considera que las almas de estos pequeños regresan a sus hogares para “nutrirse de la esencia y el olor de los alimentos que sus padres les prepararon”, tal como nos explica el Gobierno de México.
La tradición católica añade que las almas de los bebés que no tuvieron la oportunidad de nacer se encuentran en el limbo, libres de condenas y maldades.
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El 31 de octubre es el día designado para colocar la ofrenda a estos niños y bebés no bautizados. Durante esta emotiva ceremonia, se resalta la importancia del color blanco en los elementos decorativos, simbolizando la pureza de estos inocentes difuntos.
La ofrenda incluye dulces de alfeñique, una pasta elaborada con azúcar que se transforma en figuras de animalitos, canastitas con flores, zapatos, ánimas y ataúdes, todo en tamaño reducido para reflejar la pequeñez de aquellos a quienes se honra.
Los altares también se engalanan con juguetes de barro, pintados con colores vibrantes, para que las almas de los difuntitos puedan jugar y recordar los momentos de alegría que compartieron en vida.
Aunque para algunos, el 31 de octubre marca el inicio de este tributo, hay quienes optan por adelantarse y honrar a todos los niños, bautizados o no, en un gesto de amor universal.
Esta celebración es una muestra conmovedora de cómo las tradiciones mexicanas rinden homenaje a la vida y la muerte, demostrando que el amor y la memoria perduran más allá de la existencia física.
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