Aquel sábado, Ricardo y sus amigos decidieron salir a disfrutar de una noche en Ciudad Delicias y Meoqui. Era una reunión típica entre jóvenes, llena de risas, música y una que otra bebida. La noche transcurrió sin contratiempos hasta que llegó la hora de regresar a casa. Subieron al auto de uno de ellos, emocionados y algo eufóricos, sin saber que lo que les aguardaba en un puente con una criatura marcaría sus vidas para siempre.
Mientras conducían, Ignacio, el más joven del grupo, pidió detenerse para ir al baño. La oscuridad de la noche se hizo más intensa en el conocido puente que conecta Delicias con Meoqui. Los amigos, aliviados por el momento de descanso, decidieron salir del vehículo para fumar un cigarrillo. Se rieron y bromeaban mientras observaban cómo la luz del celular de Ignacio se alejaba, desvaneciéndose entre los matorrales.
El llamado de la desesperación: La última comunicación de Ignacio
Pasaron los minutos y el frío comenzó a calarles los huesos. Al darse cuenta de que Ignacio tardaba más de lo esperado, Ricardo decidió llamarlo. Sin embargo, antes de que pudiera presionar el botón, su teléfono comenzó a sonar: era Ignacio. Con cierta esperanza, Ricardo puso el altavoz, pero lo que escucharon no fue la voz familiar de su amigo, sino un torrente de gruñidos y gritos de auxilio que provenían del otro lado.
El pánico se apoderó del grupo. Intentaron comunicarse nuevamente con Ignacio, pero su teléfono solo devolvía el tono de marcado. Fue entonces cuando decidieron salir en su búsqueda, iluminados únicamente por la luz de sus teléfonos móviles. A medida que se adentraban en la oscuridad, la tensión aumentaba, y el ambiente se tornaba cada vez más inquietante.
Ricardo se aventuró solo, llamando a Ignacio mientras descendía por la ladera hacia el arroyo que fluía bajo el puente. Fue entonces cuando escuchó un sonido familiar: el timbre del teléfono de su amigo. Siguiendo el sonido, llegó hasta donde encontró el dispositivo, estrellado y cubierto de manchas de sangre. Su corazón se detuvo un instante, y con un grito desesperado llamó a sus amigos.
Juntos, comenzaron a llamar el nombre de Ignacio, pero la respuesta fue solo un eco en la oscura noche. Sin éxito, regresaron al auto para buscar ayuda, pero al llegar, se encontraron con una escena desconcertante: Ignacio estaba allí, sentado en la parte trasera, con una expresión pálida y ausente. Al preguntarle qué había pasado, él simplemente respondió que nada, dejando a todos con una sensación de inquietud.
Dejaron a Ignacio en su casa esa noche, pero el extraño aire que lo rodeaba no desapareció. A la mañana siguiente, Ricardo recibió una llamada de la madre de Ignacio, que lo despertó bruscamente. Ella estaba alarmada; había encontrado el teléfono de su hijo roto sobre la mesa y quería saber si había pasado la noche con él. Ricardo, confundido, negó haberlo tenido y le aseguró que Ignacio fue el primero en ser dejado en su casa.
La angustia de la madre se convirtió en pánico y exigió que le dijeran dónde estaba su hijo. Sin pensarlo dos veces, Ricardo y sus amigos se reunieron con ella y regresaron al puente. Esta vez, la luz del día revelaba un paisaje diferente, pero el ambiente seguía cargado de inquietud.
Mientras buscaban, encontraron la billetera de Ignacio entre la maleza. Pero lo más perturbador fue hallar su chamarra, enredada en las ramas de un árbol, rasgada y cubierta de sangre. La madre de Ignacio rompió a llorar al ver la prenda y empezó a culpar a los amigos de su hijo. En ese instante, Ricardo recordó cómo, en el camino de regreso la noche anterior, Ignacio se había estado tocando la nuca y miraba repetidamente las mangas de su chamarra.
La desaparición de Ignacio: Un misterio que trasciende la realidad
Los días se convirtieron en semanas, y la desaparición de Ignacio se convirtió en noticia. Su rostro apareció en periódicos, en televisión y en redes sociales. A pesar de la búsqueda incansable, no había rastro de él. La angustia creció entre sus amigos y familiares, y la imagen del joven desaparecido se volvió un símbolo de la tristeza y el misterio.
Ricardo se sumió en una profunda reflexión. Cada vez que pasaba por el puente, una sensación de desasosiego lo invadía. Comenzó a preguntarse si lo que regresó esa noche con ellos no era realmente Ignacio, sino una extraña criatura que había tomado su lugar. La inquietante posibilidad lo perseguía, y la idea de que algo sobrenatural había ocurrido aquella noche comenzó a afianzarse en su mente.
“Solo Dios sabe en dónde habrá quedado su cuerpo”, decía Ricardo con tristeza. La incertidumbre lo consumía y, a menudo, creía escuchar los gritos de su amigo en la oscuridad, como ecos lejanos traídos por el viento. La tormenta de recuerdos y emociones se desataba en su interior cada vez que se aventuraba a recordar aquella noche fatídica.
Las semanas se convirtieron en meses, pero el recuerdo de Ignacio continuaba vivo en sus corazones. Cada encuentro entre los amigos se tornaba en una mezcla de nostalgia y tristeza. Había un vacío palpable en el grupo, un espacio que nadie podía llenar. A pesar de todo, cada uno de ellos intentaba seguir adelante, pero el misterio de lo sucedido aquella noche se interponía en sus vidas como una sombra.
Mientras la vida seguía su curso, Ricardo se dedicó a investigar, a indagar sobre historias similares en la región. A menudo escuchaba relatos de criaturas que merodeaban por la oscuridad, de leyendas que hablaban de desapariciones inexplicables. Sin embargo, a pesar de las historias, nada podía ofrecerle consuelo o respuestas sobre lo que realmente le había sucedido a Ignacio.
El tiempo, como un río que fluye sin detenerse, llevó a Ricardo a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y las conexiones humanas. A veces, en la quietud de la noche, mientras el viento aullaba, podía jurar que sentía la presencia de su amigo a su lado, como si Ignacio estuviera allí, susurrando secretos en la oscuridad. Pero al abrir los ojos, la realidad siempre volvía a golpearlo con fuerza, recordándole que, en el fondo, nada era como antes.
El puente entre Delicias y Meoqui se convirtió en un lugar de culto para los amigos de Ignacio. Cada año, se reunían para recordarlo, para honrar su memoria y para enfrentar los fantasmas que, a pesar de los años, seguían acechando en su interior. Aunque el dolor nunca desapareció del todo, encontraron consuelo en la unidad y el amor que compartían.
La desaparición de Ignacio fue un suceso que jamás se olvidará. La criatura del puente, como la llamaban, seguía siendo un enigma, pero para Ricardo, siempre sería un recordatorio de que, en la vida, hay más preguntas que respuestas, y que la búsqueda de la verdad puede llevarnos a lugares oscuros, donde las sombras acechan y la incertidumbre se cierne sobre nosotros.
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